POESÍA ESPAÑOLA EN EL SIGLO DE ORO
Es
evidente que todo texto es la respuesta a otro texto, es una verdad irrefutable
que demuestra las opiniones personales de cada autor, sobretodo en la poesía.
Suponiendo que vemos los textos como algo similar a diálogos entre los autores,
no siempre se muestran todos de acuerdo y terminan generando textos que
contradicen o muestran otros aspectos del mismo tema. En respuesta de la
corriente renacentista, que se cauterizaba por ser ordenada y estilizada,
paulatinamente surge la corriente barroca que es una mezcla de elementos sobre
cargados de rasgos caóticos.
Barroco
Estéticamente, el Barroco se caracterizó, en líneas generales, por la complicación de las formas y el predominio del ingenio y el arte sobre la armonía de la naturaleza, que constituía el ideal renacentista. Las corrientes principales de la poesía del siglo XVII se pueden enmarcar en el culteranismo y el conceptismo que surgen de la necesidad de algunos poetas por innovar y renovar el lenguaje poético culto del Renacimiento.
Flores de poetas ilustres (1605), editada por el antequerano Pedro de Espinosa, una recopilación que presenta a los poetas de su época. Entre sus temas, destaca la fábula mitológica, la historia antigua y el poema burlesco.
Poesía del siglo XVII
1. Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613) y su hermano Bartolomé Leonardo de Argensola (1561-1634) obedecen a lo que podemos llamar clasicismo aragonés. Los dos hermanos presentan puntos en común: la poesía moral y satírica, la influencia de Horacio y de Persio, Juvenal y Marcial, el escaso interés por la poesía popular, etc.
2. Destaca el madrileño y portugués Diego de Silva y Mendoza, Conde de Salinas (1564-1630) por sus sonetos cargados de gravedad y dolor.
3. Juan de Arguijo (1567-1623), Este sevillano escribe una poesía académica y formal, seguidora del arte frente a la espontaneidad. Se recuerdan sus sonetos, mitológicos o dedicados a escenas históricas, que sorprenden por su modernidad.
4. Rodrigo Caro (1573-1647), autor de una Canción a las ruinas de Itálica, donde se observa el interés por lo histórico y arqueológico.
5. Andrés Fernández de Andrada (1575-1648) sevillano autor de Epístola moral a Fabio, donde las notas cultas quedan atenuadas por hondas reflexiones morales y la búsqueda de una paz lejos de la corte.
6. Juan de Salinas (1559-1643), que destacó por la gracia de sus romances y otros poemas de arte menor.
7. Juan de Jáuregui (1583-1641) Edita sus Rimas -varias y sacras- en 1618, con versiones de Horacio, Marcial o Ausonio. En 1624, publica su Orfeo.
8. Francisco de Rioja (1583-1659) escribe sonetos amorosos, poemas horacianos, silvas, etc. con gran sensibilidad ante la naturaleza.
9. Luis Carrillo y Sotomayor (1585-1610) escribe sonetos amorosos, églogas y canciones.
10. Juan Espínola y Torres (1596-dp.1651), autor de unas Transformaciones y robos de Júpiter y celos de Juno.
11. Jacinto Polo de Medina (1603-1676), autor de las Academias del jardín y El buen humor de las Musas, que le ganó fama de poeta satírico y burlesco, por encima de sus composiciones morales.
12. Juan de Moncayo (h.1614-1656), que publicó en sus Rimas (Zaragoza, 1652) poemas mitológicos de raíz gongorina y poemas de gran variedad temática.
13. Pedro Soto de Rojas (1584-1658) Su primer libro de poesía ofrece obras en la línea petrarquista y fragmentos mitológicos brillantes, pero donde destaca sorprendentemente es en el Paraíso cerrado para muchos. Jardines abiertos para pocos, poema dividido en siete mansiones, que representan secciones de los jardines de su Carmen granadino y concluye en un verdadero paraíso, alabando al Señor.
14. Gabriel Bocángel y Unzueta (1603-1658) publicar en 1637 su libro de poemas La lira de las Musas.
15. Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635) Siempre asoció Lope su poesía con su pasión amorosa. Sus primeras obras son romances dedicados a Elena Osorio, llamada Filis. Destacan en este primer ciclo de poesía los romances moriscos en que la dama llama Zaide a su galán. Algo posteriores son los poemas a su esposa legítima, Isabel de Urbino, bajo el nombre de Belisa. Abundan en estos poemas los romances pastoriles. En esta primera etapa aparece ya el soneto, estrofa que Lope cultivó desde un principio hasta el fin de su producción. su hijo Félix Lope editó en 1612, Pastores de Belén, colección de poemas de tono infantil sobre el nacimiento de Cristo y, ese mismo año, Cuatro soliloquios. Las Rimas sacras muestran una evolución hacia una poesía espiritual. En 1621 publica La Filomena y otras poesías, donde presenta a Amarilis, trasunto de Marta de Nevares. Tres años después, La Circe, poema épico, y otras rimas, formando misceláneas, del gusto de la época. En 1632 publica Lope su Acción en prosa titulada La Dorotea, donde trae a la memoria los amores y celos que le ocasionó su amor de juventud Elena Osorio, la Filis de sus primeros poemas. Podría considerarse una novela con poemas intercalados. Es justo decir que aquí se encuentran las obras maestras de la lírica de Lope. las Rimas de Tomé de Burguillos (1634) que vuelve a sus poesías para presentar una colección de obras satíricas y burlescas, entre lo más divertido de nuestro autor.
16. Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) En su poesía se reflejan las tendencias más espirituales frente a los sentimientos más bajos y groseros. Los chistes aparecen junto a las actitudes más serias y la filosofía moral junto a la chabacanería más ingeniosa. Escribió en 1613 Lágrimas de un penitente como consecuencia de una profunda crisis espiritual. Se publica en Madrid, en 1648, El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas. Estas nueve Musas pretendían reflejar una clasificación temática de su obra poética en nueve apartados. La primera Musa, Clío, recogía poemas en alabanza de personajes ilustres pasados o presentes. La segunda, Polimnia, poemas morales, entre los que se encuentran, probablemente, los mejores de nuestro autor. Melpómene, tercera Musa y tercera sección, se dedica a la poesía fúnebre: exequias o inscripciones de personajes célebres. La cuarta sección, dedicada a la Musa Erato, se divide en dos partes, ambas dedicadas a la poesía amorosa. La segunda parte de esta sección, se dedica a Lisi, supuesta amante del poeta. Las Musas quinta y sexta -Terpsícore y Talía- se dedican a poemas satíricos y burlescos, bailes y bromas. Aquí concluye El Parnaso español.
17. Luis de Góngora y Argote (1561-1627) las composiciones consisten, básicamente, en letrillas, romances y sonetos. Su poesía burlesca y satírica da la sensación de estar al margen de los valores morales habituales y de proponer una ética anti heroica y un aprecio por lo rural y acomodaticio. En sus temas se advierte la preferencia por lo burlesco. Lo amoroso demuestra un cierto recelo ante las dotes de seducción femeninas. Lo cortesano, la necesidad, casi angustiada, de conseguir rentas y protección económica. Lo religioso, el compromiso con superiores de la orden, etc. De 1612, la redacción de su Fábula de Polifemo y Galatea, que trata el fracaso amoroso del cíclope Polifemo con la pastora Galatea. Las Soledades (1613) trata de un tema de menosprecio de Corte y alabanza de aldea en el que Góngora transmite su desengaño ante unos representantes de la nobleza y unos políticos. Hacia 1617 escribe Panegírico al Duque de Lerma, poema inconcluso, acaso por la sensación de fracaso que sentía su autor, al no lograr el beneficio económico que necesita. Un año después redacta su Fábula de Píramo y Tisbe el tono burlesco de esta obra parece una reafirmación de este género con que su autor había triunfado en sus comienzos literarios.
Renacimiento
Poesía del Siglo XVI
Sigue el renacimiento italiano pero incluyendo sus propios cánones puesto que la corte española era muy religiosa, retoma los ideales sobre la vida clásica y así desarrolla la poesía mística, sobre los misterios de la vida y por ende, de religión; esto bajo una época de la persecución judía.
Garcilaso
A principios del siglo XVI, la poesía española conoce un momento de ruptura. Los poetas conocían la poesía italiana, pero pocos habían imitado su verso. El cambio se confirma en 1526, cuando Juan Boscán escribe versos italianos, siguiendo el modelo de Petrarca. Juan Boscán implantó en castellano las modas italianas, dejó una extensa herencia cancioneril.
En las primeras obras de Garcilaso de la Vega (1501-1536) se mostrarían rasgos cancioneriles, como sus ocho coplas octosilábicas, anteriores a 1532, frente a otras italianizantes: las Canciones I, II y IV y, acaso, los Sonetos I, V, VI, XXVI, XXVII y XXXVII. También redactó poesía latina. A sus influencias petrarquistas añadimos las de líricos castellanos y clásicos latinos: Horacio, Virgilio u Ovidio. Tiñe su platonismo una visión doliente del amor, heredada de la Edad Media, y su ideal guerrero se desvanece ante la ingratitud del Emperador.
A las modas italianizantes, se oponen quienes reivindican la lírica tradicional, como Gregorio Silvestre (1520-1569) que también escribió metros italianizantes. Cristóbal de Castillejo (1492-1550) dejó un Sermón de amores y un Diálogo de mujeres. Goza de buen humor y de actitud abierta ante su época.
Hernando de Acuña (1518-1580) tradujo poemas caballerescos, como Orlando Innamorato de Boiardo o Le Chevalier Déliberé de Olivier de la Marche, que interesó al Emperador. Ofrece poemas de Galatea y Damón y Silvia y Silvano; una colección de sonetos, y poemas octosilábicos tradicionales. Completan su producción obras manuscritas en cancioneros.
Cerca del neoplatonismo, Jorge de Montemayor (1520-1561) publica su Cancionero, dividido en obras de amores y de devoción, en metros tradicionales e italianizantes. Escribió en verso y prosa la primera novela pastoril española: la Diana.
Barroco
Estéticamente, el Barroco se caracterizó, en líneas generales, por la complicación de las formas y el predominio del ingenio y el arte sobre la armonía de la naturaleza, que constituía el ideal renacentista. Las corrientes principales de la poesía del siglo XVII se pueden enmarcar en el culteranismo y el conceptismo que surgen de la necesidad de algunos poetas por innovar y renovar el lenguaje poético culto del Renacimiento.
Flores de poetas ilustres (1605), editada por el antequerano Pedro de Espinosa, una recopilación que presenta a los poetas de su época. Entre sus temas, destaca la fábula mitológica, la historia antigua y el poema burlesco.
Poesía del siglo XVII
1. Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613) y su hermano Bartolomé Leonardo de Argensola (1561-1634) obedecen a lo que podemos llamar clasicismo aragonés. Los dos hermanos presentan puntos en común: la poesía moral y satírica, la influencia de Horacio y de Persio, Juvenal y Marcial, el escaso interés por la poesía popular, etc.
2. Destaca el madrileño y portugués Diego de Silva y Mendoza, Conde de Salinas (1564-1630) por sus sonetos cargados de gravedad y dolor.
3. Juan de Arguijo (1567-1623), Este sevillano escribe una poesía académica y formal, seguidora del arte frente a la espontaneidad. Se recuerdan sus sonetos, mitológicos o dedicados a escenas históricas, que sorprenden por su modernidad.
4. Rodrigo Caro (1573-1647), autor de una Canción a las ruinas de Itálica, donde se observa el interés por lo histórico y arqueológico.
5. Andrés Fernández de Andrada (1575-1648) sevillano autor de Epístola moral a Fabio, donde las notas cultas quedan atenuadas por hondas reflexiones morales y la búsqueda de una paz lejos de la corte.
6. Juan de Salinas (1559-1643), que destacó por la gracia de sus romances y otros poemas de arte menor.
7. Juan de Jáuregui (1583-1641) Edita sus Rimas -varias y sacras- en 1618, con versiones de Horacio, Marcial o Ausonio. En 1624, publica su Orfeo.
8. Francisco de Rioja (1583-1659) escribe sonetos amorosos, poemas horacianos, silvas, etc. con gran sensibilidad ante la naturaleza.
9. Luis Carrillo y Sotomayor (1585-1610) escribe sonetos amorosos, églogas y canciones.
10. Juan Espínola y Torres (1596-dp.1651), autor de unas Transformaciones y robos de Júpiter y celos de Juno.
11. Jacinto Polo de Medina (1603-1676), autor de las Academias del jardín y El buen humor de las Musas, que le ganó fama de poeta satírico y burlesco, por encima de sus composiciones morales.
12. Juan de Moncayo (h.1614-1656), que publicó en sus Rimas (Zaragoza, 1652) poemas mitológicos de raíz gongorina y poemas de gran variedad temática.
13. Pedro Soto de Rojas (1584-1658) Su primer libro de poesía ofrece obras en la línea petrarquista y fragmentos mitológicos brillantes, pero donde destaca sorprendentemente es en el Paraíso cerrado para muchos. Jardines abiertos para pocos, poema dividido en siete mansiones, que representan secciones de los jardines de su Carmen granadino y concluye en un verdadero paraíso, alabando al Señor.
14. Gabriel Bocángel y Unzueta (1603-1658) publicar en 1637 su libro de poemas La lira de las Musas.
15. Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635) Siempre asoció Lope su poesía con su pasión amorosa. Sus primeras obras son romances dedicados a Elena Osorio, llamada Filis. Destacan en este primer ciclo de poesía los romances moriscos en que la dama llama Zaide a su galán. Algo posteriores son los poemas a su esposa legítima, Isabel de Urbino, bajo el nombre de Belisa. Abundan en estos poemas los romances pastoriles. En esta primera etapa aparece ya el soneto, estrofa que Lope cultivó desde un principio hasta el fin de su producción. su hijo Félix Lope editó en 1612, Pastores de Belén, colección de poemas de tono infantil sobre el nacimiento de Cristo y, ese mismo año, Cuatro soliloquios. Las Rimas sacras muestran una evolución hacia una poesía espiritual. En 1621 publica La Filomena y otras poesías, donde presenta a Amarilis, trasunto de Marta de Nevares. Tres años después, La Circe, poema épico, y otras rimas, formando misceláneas, del gusto de la época. En 1632 publica Lope su Acción en prosa titulada La Dorotea, donde trae a la memoria los amores y celos que le ocasionó su amor de juventud Elena Osorio, la Filis de sus primeros poemas. Podría considerarse una novela con poemas intercalados. Es justo decir que aquí se encuentran las obras maestras de la lírica de Lope. las Rimas de Tomé de Burguillos (1634) que vuelve a sus poesías para presentar una colección de obras satíricas y burlescas, entre lo más divertido de nuestro autor.
16. Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) En su poesía se reflejan las tendencias más espirituales frente a los sentimientos más bajos y groseros. Los chistes aparecen junto a las actitudes más serias y la filosofía moral junto a la chabacanería más ingeniosa. Escribió en 1613 Lágrimas de un penitente como consecuencia de una profunda crisis espiritual. Se publica en Madrid, en 1648, El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas. Estas nueve Musas pretendían reflejar una clasificación temática de su obra poética en nueve apartados. La primera Musa, Clío, recogía poemas en alabanza de personajes ilustres pasados o presentes. La segunda, Polimnia, poemas morales, entre los que se encuentran, probablemente, los mejores de nuestro autor. Melpómene, tercera Musa y tercera sección, se dedica a la poesía fúnebre: exequias o inscripciones de personajes célebres. La cuarta sección, dedicada a la Musa Erato, se divide en dos partes, ambas dedicadas a la poesía amorosa. La segunda parte de esta sección, se dedica a Lisi, supuesta amante del poeta. Las Musas quinta y sexta -Terpsícore y Talía- se dedican a poemas satíricos y burlescos, bailes y bromas. Aquí concluye El Parnaso español.
17. Luis de Góngora y Argote (1561-1627) las composiciones consisten, básicamente, en letrillas, romances y sonetos. Su poesía burlesca y satírica da la sensación de estar al margen de los valores morales habituales y de proponer una ética anti heroica y un aprecio por lo rural y acomodaticio. En sus temas se advierte la preferencia por lo burlesco. Lo amoroso demuestra un cierto recelo ante las dotes de seducción femeninas. Lo cortesano, la necesidad, casi angustiada, de conseguir rentas y protección económica. Lo religioso, el compromiso con superiores de la orden, etc. De 1612, la redacción de su Fábula de Polifemo y Galatea, que trata el fracaso amoroso del cíclope Polifemo con la pastora Galatea. Las Soledades (1613) trata de un tema de menosprecio de Corte y alabanza de aldea en el que Góngora transmite su desengaño ante unos representantes de la nobleza y unos políticos. Hacia 1617 escribe Panegírico al Duque de Lerma, poema inconcluso, acaso por la sensación de fracaso que sentía su autor, al no lograr el beneficio económico que necesita. Un año después redacta su Fábula de Píramo y Tisbe el tono burlesco de esta obra parece una reafirmación de este género con que su autor había triunfado en sus comienzos literarios.
Renacimiento
Poesía del Siglo XVI
Sigue el renacimiento italiano pero incluyendo sus propios cánones puesto que la corte española era muy religiosa, retoma los ideales sobre la vida clásica y así desarrolla la poesía mística, sobre los misterios de la vida y por ende, de religión; esto bajo una época de la persecución judía.
Garcilaso
A principios del siglo XVI, la poesía española conoce un momento de ruptura. Los poetas conocían la poesía italiana, pero pocos habían imitado su verso. El cambio se confirma en 1526, cuando Juan Boscán escribe versos italianos, siguiendo el modelo de Petrarca. Juan Boscán implantó en castellano las modas italianas, dejó una extensa herencia cancioneril.
En las primeras obras de Garcilaso de la Vega (1501-1536) se mostrarían rasgos cancioneriles, como sus ocho coplas octosilábicas, anteriores a 1532, frente a otras italianizantes: las Canciones I, II y IV y, acaso, los Sonetos I, V, VI, XXVI, XXVII y XXXVII. También redactó poesía latina. A sus influencias petrarquistas añadimos las de líricos castellanos y clásicos latinos: Horacio, Virgilio u Ovidio. Tiñe su platonismo una visión doliente del amor, heredada de la Edad Media, y su ideal guerrero se desvanece ante la ingratitud del Emperador.
A las modas italianizantes, se oponen quienes reivindican la lírica tradicional, como Gregorio Silvestre (1520-1569) que también escribió metros italianizantes. Cristóbal de Castillejo (1492-1550) dejó un Sermón de amores y un Diálogo de mujeres. Goza de buen humor y de actitud abierta ante su época.
Hernando de Acuña (1518-1580) tradujo poemas caballerescos, como Orlando Innamorato de Boiardo o Le Chevalier Déliberé de Olivier de la Marche, que interesó al Emperador. Ofrece poemas de Galatea y Damón y Silvia y Silvano; una colección de sonetos, y poemas octosilábicos tradicionales. Completan su producción obras manuscritas en cancioneros.
Cerca del neoplatonismo, Jorge de Montemayor (1520-1561) publica su Cancionero, dividido en obras de amores y de devoción, en metros tradicionales e italianizantes. Escribió en verso y prosa la primera novela pastoril española: la Diana.
Fernando
de Herrera y la escuela sevillana
En la segunda mitad del siglo XVI existe un grupo de poetas en Sevilla con cierta conciencia de formar una escuela poética. Defienden la poesía hecha con ingenio frente al entusiasmo o furor platónico y la técnica o arte frente a la simple espontaneidad. Como maestros de este grupo, cabe citar a Juan de Mal Lara (1527-1591), autor de una Philosophía vulgar, que incluye poemas de indudable interés.
Francisco de Medina (1544-1615), además de poeta, es autor de un prólogo a la edición de las Anotaciones (1580) de Fernando de Herrera a la poesía de Garcilaso de la Vega, en el que puede verse una defensa de los poetas sevillanos. Gonzalo Argote de Molina enriquece la cultura del momento con su Discurso sobre la poesía castellana. Algunos pintores resultaron excelentes poetas como Pablo de Céspedes (1538-1603) o Francisco Pacheco (1564-1644), suegro de Diego Velázquez y autor de un Libro de verdaderos retratos.
Entre los más destacados poetas sevillanos se cuenta hoy a Baltasar de Alcázar (1530-1606), recordado por su "Cena jocosa", que lo acerca a la poesía de Diego Hurtado de Mendoza en su vertiente burlesca y desenfadada. Juan de la Cueva (1543-1612) es otro de los poetas sevillanos que cultivaron una amplia variedad de géneros. Aunque continúa la línea humorística de Baltasar de Alcázar, destaca también por sus romances y, sobre todo, por su poesía mitológica, en la que refleja una notable expresividad. Mosquera de Figueroa (1547-1610), que dejó una notable producción de poesía religiosa y devota, además de la convencional poesía amorosa de su momento.
Así evoluciona la poesía sevillana del siglo XVI, que, entrado el siguiente, dará los nombres de Cristóbal de Mesa y, sobre todo, el del sorprendente Juan de Arguijo.
Este grupo poético sevillano tiene como máximo representante a Fernando de Herrera (1534-1597). Tras la ya citada edición de Anotaciones a Garcilaso de la Vega, en la que siembra alguna de sus propias ideas sobre poética, publica su libro Algunas obras de Fernando de Herrera (1582), donde ofrece una muestra de sus obras, que parten de una lírica petrarquista iniciada en Garcilaso. Su poesía destaca por el escrúpulo formal, el intelectualismo petrarquista, poco espontáneo, y su defensa de un lenguaje creativo que enlazará a Garcilaso de la Vega con Góngora.
Tres poetas que se encuentran a caballo entre este siglo y el siguiente tendrán una relación más o menos definida con Sevilla. Luis Barahona de Soto (1548-1595) destaca por su lírica delicada, de temas mitológicos y sensuales. Cultiva la épica culta en su poema Las lágrimas de Angélica. Vicente Espinel (1550-1624) es más conocido por su novela picaresca que por su poesía. Sin embargo, fue muy famosa su "Sátira a las damas de Sevilla" y sus Diversas Rimas (1591) reflejan una personalidad alegre y extravertida, que parece aproximarse, en ocasiones, a la de Lope de Vega.
Finalmente, Miguel de Cervantes (1547-1616) nunca dejó sin cultivar la poesía lírica, aunque gran parte de ella se encuentre dispersa en sus novelas. La primera de ellas, La Galatea (1585), es un libro mixto de prosa y poesía en la línea pastoril de La Diana de Jorge de Montemayor. En este mismo estilo escribe los poemas de los "Preliminares" a la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. En tono serio escribe su "Epístola a Mateo Vázquez". El único libro de poesía que imprimió en vida fue el Viaje del Parnaso (1614), alegoría en que refleja la realidada poética de su momento de manera personal.
La épica culta del Renacimiento
La épica culta renacentista la forman una serie de poemas, más o menos extensos, que dedican sus versos a relatar las hazañas, verdaderas o legendarias, de héroes famosos de distintas épocas. De los clásicos grecolatinos se leerá, entre otros, a Homero, a Lucano y, sobre todos, a Virgilio, cuya Eneida traducirá en 1555 Gregorio Hernández de Velasco en octavas reales, estrofa en que se desarrollará la épica de este momento.
De Italia llega lo que conocemos como cánon de Ferrara, que es un modelo para la épica culta, en el que se incluyen hazañas fabulosas sobre héroes conocidos -a veces reales-, la dedicatoria del poema a un personaje o familia de la nobleza, etc.
Las dos obras más importantes italianas fueron el Orlando furioso de Ludovico Ariosto, traducido al castellano en 1549 por Jerónimo de Urrea y la Jerusalén liberada de Torcuato Tasso.
Entre las primeras obras castellanas de interés, destacan el Carlo famoso (1566), de Luis Zapata y Los famosos y eroycos hechos del Cid Ruy Díaz de Bivar (1568), de Diego Jiménez Ayllón, que pondrá de manifiesto cómo la épica española es más fiel a la historia que la italiana.
Una de las dos obras maestras de este género fue Os Lusiadas de Luis de Camoens (1524-1579), escrita en portugués y editada en 1572. Canta las expediciones de ejemplares navegantes portugueses de fines del siglo XV y XVI, entre los que destaca Vasco de Gama. Con ellas entreteje el autor sus propias experiencias de marinero y episodios o intervenciones mitológicas que completan el sentido de la obra. El autor dejó además una extensa producción lírica en castellano que abarca diferentes géneros.
Dos obras muy importantes son La Austriada (1584) de Juan Rufo, que cuenta con rigor historiográfico las hazañas de Juan de Austria en Granada y en Lepanto, y, Las lágrimas de Angélica (1587), de Luis Barahona de Soto. Éste último poema retoma los temas del Orlando furioso y trama una ficción -paralela a la de los libros de caballerías de esa época- llena de aventura y de sensibilidad.
Sin duda, la obra capital de la épica española es La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1595). Se publicó en tres partes, entre 1569 y 1587 y trata de la conquista de Chile por los españoles, en lucha con los indígenas americanos: los araucanos.
La existencia de dos grandes poemas escritos en Hispanoamérica debe señalarse: en primer lugar, La Cristíada (1611), de Diego de Hojeda (1570-1615), que cuenta la pasión de Jesucristo, y, en segundo lugar, El Bernardo (1624) de Bernardo de Balbuena (1568-1627), sobre el héroe castellano Bernardo del Carpio. Este poema, hoy apenas leído, se consideró en otras épocas una de las obras maestras de la literatura española.
En la segunda mitad del siglo XVI existe un grupo de poetas en Sevilla con cierta conciencia de formar una escuela poética. Defienden la poesía hecha con ingenio frente al entusiasmo o furor platónico y la técnica o arte frente a la simple espontaneidad. Como maestros de este grupo, cabe citar a Juan de Mal Lara (1527-1591), autor de una Philosophía vulgar, que incluye poemas de indudable interés.
Francisco de Medina (1544-1615), además de poeta, es autor de un prólogo a la edición de las Anotaciones (1580) de Fernando de Herrera a la poesía de Garcilaso de la Vega, en el que puede verse una defensa de los poetas sevillanos. Gonzalo Argote de Molina enriquece la cultura del momento con su Discurso sobre la poesía castellana. Algunos pintores resultaron excelentes poetas como Pablo de Céspedes (1538-1603) o Francisco Pacheco (1564-1644), suegro de Diego Velázquez y autor de un Libro de verdaderos retratos.
Entre los más destacados poetas sevillanos se cuenta hoy a Baltasar de Alcázar (1530-1606), recordado por su "Cena jocosa", que lo acerca a la poesía de Diego Hurtado de Mendoza en su vertiente burlesca y desenfadada. Juan de la Cueva (1543-1612) es otro de los poetas sevillanos que cultivaron una amplia variedad de géneros. Aunque continúa la línea humorística de Baltasar de Alcázar, destaca también por sus romances y, sobre todo, por su poesía mitológica, en la que refleja una notable expresividad. Mosquera de Figueroa (1547-1610), que dejó una notable producción de poesía religiosa y devota, además de la convencional poesía amorosa de su momento.
Así evoluciona la poesía sevillana del siglo XVI, que, entrado el siguiente, dará los nombres de Cristóbal de Mesa y, sobre todo, el del sorprendente Juan de Arguijo.
Este grupo poético sevillano tiene como máximo representante a Fernando de Herrera (1534-1597). Tras la ya citada edición de Anotaciones a Garcilaso de la Vega, en la que siembra alguna de sus propias ideas sobre poética, publica su libro Algunas obras de Fernando de Herrera (1582), donde ofrece una muestra de sus obras, que parten de una lírica petrarquista iniciada en Garcilaso. Su poesía destaca por el escrúpulo formal, el intelectualismo petrarquista, poco espontáneo, y su defensa de un lenguaje creativo que enlazará a Garcilaso de la Vega con Góngora.
Tres poetas que se encuentran a caballo entre este siglo y el siguiente tendrán una relación más o menos definida con Sevilla. Luis Barahona de Soto (1548-1595) destaca por su lírica delicada, de temas mitológicos y sensuales. Cultiva la épica culta en su poema Las lágrimas de Angélica. Vicente Espinel (1550-1624) es más conocido por su novela picaresca que por su poesía. Sin embargo, fue muy famosa su "Sátira a las damas de Sevilla" y sus Diversas Rimas (1591) reflejan una personalidad alegre y extravertida, que parece aproximarse, en ocasiones, a la de Lope de Vega.
Finalmente, Miguel de Cervantes (1547-1616) nunca dejó sin cultivar la poesía lírica, aunque gran parte de ella se encuentre dispersa en sus novelas. La primera de ellas, La Galatea (1585), es un libro mixto de prosa y poesía en la línea pastoril de La Diana de Jorge de Montemayor. En este mismo estilo escribe los poemas de los "Preliminares" a la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. En tono serio escribe su "Epístola a Mateo Vázquez". El único libro de poesía que imprimió en vida fue el Viaje del Parnaso (1614), alegoría en que refleja la realidada poética de su momento de manera personal.
La épica culta del Renacimiento
La épica culta renacentista la forman una serie de poemas, más o menos extensos, que dedican sus versos a relatar las hazañas, verdaderas o legendarias, de héroes famosos de distintas épocas. De los clásicos grecolatinos se leerá, entre otros, a Homero, a Lucano y, sobre todos, a Virgilio, cuya Eneida traducirá en 1555 Gregorio Hernández de Velasco en octavas reales, estrofa en que se desarrollará la épica de este momento.
De Italia llega lo que conocemos como cánon de Ferrara, que es un modelo para la épica culta, en el que se incluyen hazañas fabulosas sobre héroes conocidos -a veces reales-, la dedicatoria del poema a un personaje o familia de la nobleza, etc.
Las dos obras más importantes italianas fueron el Orlando furioso de Ludovico Ariosto, traducido al castellano en 1549 por Jerónimo de Urrea y la Jerusalén liberada de Torcuato Tasso.
Entre las primeras obras castellanas de interés, destacan el Carlo famoso (1566), de Luis Zapata y Los famosos y eroycos hechos del Cid Ruy Díaz de Bivar (1568), de Diego Jiménez Ayllón, que pondrá de manifiesto cómo la épica española es más fiel a la historia que la italiana.
Una de las dos obras maestras de este género fue Os Lusiadas de Luis de Camoens (1524-1579), escrita en portugués y editada en 1572. Canta las expediciones de ejemplares navegantes portugueses de fines del siglo XV y XVI, entre los que destaca Vasco de Gama. Con ellas entreteje el autor sus propias experiencias de marinero y episodios o intervenciones mitológicas que completan el sentido de la obra. El autor dejó además una extensa producción lírica en castellano que abarca diferentes géneros.
Dos obras muy importantes son La Austriada (1584) de Juan Rufo, que cuenta con rigor historiográfico las hazañas de Juan de Austria en Granada y en Lepanto, y, Las lágrimas de Angélica (1587), de Luis Barahona de Soto. Éste último poema retoma los temas del Orlando furioso y trama una ficción -paralela a la de los libros de caballerías de esa época- llena de aventura y de sensibilidad.
Sin duda, la obra capital de la épica española es La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1595). Se publicó en tres partes, entre 1569 y 1587 y trata de la conquista de Chile por los españoles, en lucha con los indígenas americanos: los araucanos.
La existencia de dos grandes poemas escritos en Hispanoamérica debe señalarse: en primer lugar, La Cristíada (1611), de Diego de Hojeda (1570-1615), que cuenta la pasión de Jesucristo, y, en segundo lugar, El Bernardo (1624) de Bernardo de Balbuena (1568-1627), sobre el héroe castellano Bernardo del Carpio. Este poema, hoy apenas leído, se consideró en otras épocas una de las obras maestras de la literatura española.